Están en una etapa en que les gusta quitarse los zapatos y calcetines e intentar volverse los a poner.

Les gusta sacar y meter los calcetines del zapato y emparejarlos.

Con todo ello aprenden autonomía y emparejar.

Pero lo que más les gusta es caminar descalzos, en clase suelen pasar muchos momentos descalzos con el contacto directo del pie en su entorno.

Algunos días se animan a hacerlo en el césped del jardín incluso en la arena, pero no a todos les gusta esos primeros contactos con la hierva, pues la planta del pie es extremadamente sensible.

Caminar descalzos tiene muchos beneficios.

Ayuda al desarrollo del equilibrio, a percibir diferentes sensaciones, temperaturas o a distinguir el tacto de distintas texturas. Todas estas experiencias contribuyen a la activación de sus sentidos, favoreciendo la maduración del sistema nervioso y de sus habilidades motoras. También mejora la circulación y la propiocepción (una sensación de ubicación y movimiento del cuerpo)

La caminata sensorial también promueve el desarrollo de resolución de problemas. Y esto es porque los niños se enfrentan a texturas y sensaciones poco conocidas, que los llevarán a saber qué hacer con esas emociones. Aprenden a sentir en la planta del pie diversas texturas, experimentan distintas sensaciones y conocen un poco más un poco su propio cuerpo y el mundo que les rodea.